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– Hola, sí… ensayamos en una piecita y le ponemos frazadas a las paredes…

Todos disfrutamos de la música sin pensar en el sonido, en su naturaleza. ¿Escuchan los astronautas en el espacio? ¿Hacen ruido los planetas al chocar entre sí? ¿Cómo se comunican los delfines?

Pues bien, necesitamos de un medio físico para que el fenomeno del sonido se manifieste como una forma más de energía. Para nuestros fines, el aire es el gas en el cual estamos prácticamente todo nuestro existir inmersos y es el responsable del fenómeno sonoro.

Si las diferencias en la presión atmosférica nos ponen de buen o mal humor, generan vientos y  tormentas, pequeñísimas diferencias en esa presión son las que movilizan nuestro sistema auditivo y permiten la magia de la música.

En el sentido más básico, una “nota musical”, claramente identificable,  producida por una cuerda de guitarra, está asociada a mínimas variaciones periódicas en la presión del aire que rodea a esa cuerda. Como si fueran bolas de billar que se pegan unas a otras, las moléculas de aire van ”golpeándose” entre sí de manera regular y transfiriéndose esa energía de movimiento regular para que finalmente lleguen a nuestros oidos (o a un micrófono). Van y vienen rápidamente. Veinte; 200; 2000 ó 20000 “veces por segundo” (frecuencia) son posibilidades que nuestro sistema auditivo puede reconocer. Esa energía sonora, ese movimiento de vaivén o vibración “viaja” por el aire desde la fuente hasta nosotros por el aire, el mismo que respiramos (acá se “respira música” se dice poéticamente). La velocidad a la que esa energía se desplaza en el aire, depende del aire mismo (su temperatura y humedad, escencialemente), pero a los fines prácticos, 340 metros por segundo (m/s) es un buen número.

Como la “ola” en una cancha de futbol, que vemos desplazarse de un lado al otro del estadio, con cada una de las personas siempre en su mismo asiento, las moléculas de aire apenas se desplazan de su posición; solo van y vienen. Otras “hermanas” replicarán sus movimientos en el mismo momento, de igual manera, más “allá”, a medida que el sonido se propaga. La distancia a la que estas moléculas replican esa vibración es la llamada “longitud de onda” y matemáticamente resulta de dividir la velocidad por la frecuencia. Es decir: 340 dividido 130 hertz (una nota do grave) nos da 2,45 m, algo así como la distancia entre el piso y el techo de una habitación. ¿Tendrá algo que ver con el sonido “bola” de mi bajo? Y… sí… La física del sonido y los músicos, ¡todo un mundo! ¿Interesados en el tema? Consultas, inquietudes, comentarios, muy bienvenidos. Mientras tanto, ¡a sonar!

 

 

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